PRIMERA LECTURA. Apocalipsis 21,1-5.
1 Vi entonces un cielo nuevo y una
tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían
desaparecido y el mar ya no existía.
2 Y Vi bajar del cielo, de junto a
Dios, a la ciudad santa, la nueva Jerusalén, ataviada como una novia que
se adorna para su esposo.
3 Y oí una voz potente que decía desde el trono:
- Ésta es la morada de Dios con los hombres;
él habitará con ellos
y ellos serán su pueblo (Ez 37,27).
Dios en persona estará con ellos
y será su Dios.
4 Él enjugará las lágrimas de sus ojos,
ya no habrá más muerte ni luto
ni llanto ni dolor,
pues lo de antes ha pasado.
5 Y el que estaba sentado en el trono dijo:
- Todo lo hago nuevo.
Y añadió:
- Escribe, que estas palabras son fidedignas y verídicas.
Explicación.
Visión del cielo y tierra nuevos,
cf. Is 65,17. Nueva creación, definitiva, que no se opone a la antigua,
pero que representa un salto cualitativo respecto a ella, en función de
la nueva realidad del hombre y de su relación con Dios. No desaparece el
mundo en la infinitud de Dios, se transforma en mundo de Dios, una vez
eliminado todo lo que, debido a la alineación del hombre, le impedía ser
transfigurado por el amor de Dios. El mar, concebido como el residuo
del caos primitivo, no tiene lugar en el orden nuevo; cf. Is 51,9s (1).
Nueva visión (2). Idealmente,
Jerusalén debía haber sido la ciudad cuyo centro era Dios, presente en
el templo, pero había sido infiel a esta vocación; no es ella la que es
glorificada. Nueva Jerusalén, cf. Is 60,1-9; 65, 18s; Ez 48,35; el
prototipo de la nueva sociedad, don de Dios a los hombres, en la nueva
creación; ciudad santa, santificada por la presencia divina. Como una novia: van a celebrarse las bodas del Cordero (19,7-9), símbolo de la relación de fidelidad y amor entre Jesús y la humanidad nueva.
La voz de Dios o de Jesús (desde el trono) (3-4):
la ciudad misma es la morada de Dios (cf. Éx 29,45; Is 12,6; Ez 37,27;
Zac 8,8), no necesitará un templo (cf. 21,22; Éx 25,8); ha terminado el
misterio del santuario; la presencia de Dios no inspira temor; ellos serán su pueblo,
formado ahora por hombres de todas las naciones (cf. 5,9s) (3). Amor y
ternura de Dios; consuelo definitivo, cf. Is 25,8; 35,10; 65,16-19. Lo de antes, el doloroso proceso de la humanidad (4).
Por primera vez en el libro se
explicita que es Dios quien habla (5); pronuncia la palabra final, que
cumple su designio. Juan debe comunicarlo a las comunidades (Escribe; cf. 1,11, orden de un ángel; 1,19, de Jesús; 14,13, de una voz potente; 21,5, de Dios).
SALMO. 95,1-7.
(Heb 3,7-4,10)
1Venid, aclamemos al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
2entremos a su presencia con acción de gracias,
vitoreándolo al son de instrumentos.
3Porque el Señor es el Dios Máximo,
rey supremo de todos los dioses.
4En sus manos las simas de la tierra,
son suyas las cumbres de los montes.
5Suyo es el mar porque él lo hizo,
y la tierra firme que modelaron sus manos.
6Entrad, doblegados rindamos homenaje
bendiciendo al Señor, Creador nuestro.
7Que él es nuestro Dios y nosotros su pueblo,
el rebaño de su aprisco.
¡Ojalá le hagáis caso hoy!:
Explicación.
95,1-2 Invitatorio primero. Se pone en marcha la procesión entre gritos, aclamaciones y música.
95,3
Creo que se refiere polémicamente a divinidades extranjeras, sin
discutir su entidad, sin una postura tajante como la de Is 40-55. En el
panteón babilónico se distinguen dioses mayores y menores.
95,4-5
Soberanía sin esfuerzo, creación sin lucha. En cuatro hemistiquios nos
ofrece una vista panorámica: simas y cimas, mar y tierra firme. En el
panteón de Mesopotamia los dioses se reparten las zonas de influencia;
en Israel Yhwh concentra todo el poder.
95,6-7a
Invitatorio segundo. Entrada y homenaje al "Hacedor" del pueblo: Is
27,7; 44,2; 51,13 etc.), y pastor del "rebaño": Sal 74,1; 79,13; 100,3.
95,7b Una voz invita a escuchar "hoy" un mensaje actualizado.
Transposición cristiana.
Nos la da hecha el comentario de Heb 3,7-4,11, aplicado a la situación cristiana.
EVANGELIO. Juan 10,22-30.
Los dirigentes rechazan al Mesías.
(Jn 10, 22-39)
22. Se celebró por entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno.
23. Jesús paseaba en el templo por el pórtico de Salomón.
24. Lo rodearon entonces los dirigentes y le dijeron:
-¿Hasta cuándo vas a no dejarnos vivir? Si eres tú el Mesías, dínoslo abiertamente.
25. Les replicó Jesús:
-Os lo he dicho, pero no lo creéis. Las obras que yo realizo en nombre de mi Padre, ésas son las que me acreditan,
26. pero vosotros no creéis porque no sois ovejas mías.
27. Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen,
28. yo les doy vida definitiva y no se perderán jamás ni nadie las arrancará de mi mano.
29. Lo que me ha entregado mi Padre es lo que más importa, y nadie puede arrancar nada de la mano del Padre.
30. Yo y el Padre somos uno.
Explicación.
Último enfrentamiento de Jesús con los dirigentes judíos. Como el
primero (2,13ss), tiene lugar en el templo, donde Jesús no volverá a
entrar. Se desarrolla en torno al tema de la consagración, la del templo
(Fiesta de la Dedicación) y la de Jesús, consagrado por el Padre (36);
él, como nuevo santuario, sustituye al antiguo (2,19-21).
La
irritada pregunta hecha a Jesús, si es el Mesías (24), está en paralelo
con la hecha a Juan Bautista (1,19ss). Jesús nunca toma en sus labios
el título de Mesías, pues podía hacer creer que pretendía apoderarse del
trono de Israel. Se limita a presentar sus credenciales, sus obras a
favor del hombre (25). Ovejas (26-28), cf. 2,14s; 5,2; 10,1ss. Para
hablar de su mesianismo se requiere una condición previa: reconocer que
la actividad liberadora de Jesús es la de Dios mismo, la del Padre;
donde se actúa a favor del hombre, allí está Dios. Pero los dirigentes
no toleran esas obras, que minan su poder.
Los
que son de Jesús (27-28) lo escuchan, es decir, le prestan adhesión de
conducta y de vida (me siguen), comprometiéndose con él y como él a
entregarse sin reservas a liberar y dar vida al hombre. El don de Jesús a
los que lo siguen es el Espíritu y, con él, la vida que supera la
muerte; estarán al seguro, pues Jesús es el pastor que defiende a los
suyos hasta dar la vida (10,11).
Lo
más importante para Jesús (29) es el fruto de su obra, la nueva
humanidad, que el Padre le ha entregado (6,37.44.65) y que él constituye
completando con el Espíritu la creación del hombre. El Padre está
presente y se manifiesta en Jesús (30) y, a través de él, realiza su
obra creadora, que lleva a cumplimiento su designio (5,17.30; 6,38-40).
La identificación entre Jesús y el Padre excluye toda instancia
superior. La oposición a Jesús es oposición a Dios.
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